LAMENTABLE ACTUACIÒN DE RUFIÀN Y MATUTE, AYER EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS.
El honor del 78.
Todo ocurrió cuando Antonio Hernando sacó fuerzas del fondo de su postración abstencionista y pidió la palabra a Ana Pastor para defender el honor del PSOE, manchado por esa apoteosis de una calabaza llamada Rufián. Rematado luego por un tal Matute, de Bildu, que tuvo los santos cojones de presumir de ética frente a Eduardo Madina, al que sus gudaris expropiaron una pierna que por lo visto pertenecía también al Ibex. Hernando, el humillado Hernando, se alzó. Mentó la sangre de los socialistas y las gradas se abrieron, y de ellas bajó una aplauso transversal y espontáneo como una riada de dignidad largamente contenida. En pie aplaudieron juntos, sí, los diputados de PP, PSOE, C's y PNV: el honor del 78 puesto en pie como un resorte, sin atender por una vez al qué dirán si salgo con ese en la foto, marcando la salvífica frontera entre la razón y el resentimiento, entre la madurez y la orina en el pijama, entre la democracia y la televisión. Rara vez le es dado a un español asistir al posicionamiento plural de la decencia contra la abyección. Ayer lo vi con mis ojos. Vi al unicornio plantado en mitad del Congreso.
Tiempo habrá, por supuesto, para que el animal eche a correr y se pierda de nuevo en la espesura de los sueños. Desde luego será Rajoy quien contribuya a ello si avanza por la senda reivindicativa y arisca que marcó en su intervención, nada que ver con el jardinero del consenso que había abocetado el miércoles y el jueves. En tono duro avisó de que no piensa demoler lo construido. Aitor Esteban se lo reprochó, pero luego Sabino Arana se apoderó de su garganta y perdió unos minutos preciosos disertando sobre la nación vasca. Era innecesario aporrearse el pecho ante un rival tambaleante, por mucho que haya conquistado la admiración indisimulada de Iglesias, más asténico que otras veces. Rivera ajustó cuentas: «Una mala noticia, señor Iglesias: a partir de ahora hay que trabajar».
El mejor discurso de una sesión por lo demás infame lo pronunció Ana Oramas. Sin papeles, dominando la tribuna, llamó a recuperar la dignidad de las Cortes y deploró que unos muchachos pudieran atesorar a su edad tanto odio y tanto rencor. Se llevó el primer aplauso de la cámara, preparando lo que pasaría después. La abstención hiere al PSOE, sí. Pero no es un martirio sin esperanza como el de Sánchez. Saldrán de las catacumbas en el mismo momento en que los topos de la antipolítica compiten por volver a ella.
Tiempo habrá, por supuesto, para que el animal eche a correr y se pierda de nuevo en la espesura de los sueños. Desde luego será Rajoy quien contribuya a ello si avanza por la senda reivindicativa y arisca que marcó en su intervención, nada que ver con el jardinero del consenso que había abocetado el miércoles y el jueves. En tono duro avisó de que no piensa demoler lo construido. Aitor Esteban se lo reprochó, pero luego Sabino Arana se apoderó de su garganta y perdió unos minutos preciosos disertando sobre la nación vasca. Era innecesario aporrearse el pecho ante un rival tambaleante, por mucho que haya conquistado la admiración indisimulada de Iglesias, más asténico que otras veces. Rivera ajustó cuentas: «Una mala noticia, señor Iglesias: a partir de ahora hay que trabajar».
El mejor discurso de una sesión por lo demás infame lo pronunció Ana Oramas. Sin papeles, dominando la tribuna, llamó a recuperar la dignidad de las Cortes y deploró que unos muchachos pudieran atesorar a su edad tanto odio y tanto rencor. Se llevó el primer aplauso de la cámara, preparando lo que pasaría después. La abstención hiere al PSOE, sí. Pero no es un martirio sin esperanza como el de Sánchez. Saldrán de las catacumbas en el mismo momento en que los topos de la antipolítica compiten por volver a ella.