MARIANO RAJOY, PRESIDENTE.
El presidente quiere gobernar
La abstención de 68 diputados del PSOE permitió al líder del PP ser investido 314 días después.
Mariano Rajoy es felicitado por el portavoz del PSOE, Antonio Hernando tras ser investido hoy presidente del Gobierno.
Sobriedad en el lado del PP en la celebración de que por fin Mariano Rajoy pueda formar Gobierno más de diez meses después de las primeras elecciones generales de diciembre, y tras dos investiduras fallidas, una de Pedro Sánchez y otra del líder popular. Acaba el bloqueo, y se abre una etapa marcada por la incógnita de si será posible la gobernabilidad. En el otro lado, desgarro en el PSOE, ya que ni la decisión de Pedro Sánchez de desistir en la defensa del «no es no» desde su escaño sirvió para tapar la división y el vía crucis que va a tener que seguir recorriendo este partido hasta que resuelva su problema de liderazgo y de estrategia. Algunos de los más cercanos a Pedro Sánchez optaron por la fórmula de la abstención por imperativo legal, y rompieron la disciplina de voto los siete representantes del PSC y otros ocho diputados socialistas. Rajoy fue investido presidente del Gobierno con 170 votos a favor, 68 abstenciones y 111 votos en contra. Empieza la Legislatura.
Los diputados votaban el fin del bloqueo, y en el exterior del Congreso las calles más próximas eran bloqueadas por la movilización inspirada por la decisión de Podemos de volver a «calentar» la calle para acompañar el nacimiento del nuevo Gobierno. Y, casi tanto como eso, protestar por la abstención del PSOE en la elección de Rajoy. Un signo de cómo Pablo Iglesias espera seguir empujado a un PSOE abierto en canal. Entre los protestantes, algunos diputados de Unidos Podemos.
El debate que ayer acompañó a la última votación parlamentaria dejó pocas novedades en las formas y en el tono. Rajoy sí dio una vuelta de tuerca a su estrategia, y en su mensaje final, contando ya con su investidura, reforzó su exigencia de gobernabilidad, la demanda de responsabilidad a Ciudadanos y al PSOE. «El voto de hoy debe ser un compromiso de futuro». Después de semanas reteniendo a los suyos e imponiendo la ley del silencio para no interferir en el debate del PSOE, Rajoy siguió atado a la bandera del diálogo, la cesión y el acuerdo, pero en la Cámara hizo sonar varias advertencias que ponen voz a algunos de los temores con los que el PP afronta la nueva etapa. No aceptará ser un presidente títere, al que no dejen gobernar, al que intenten tumbar sus reformas o al que pretendan obligarle a incumplir sus compromisos con Europa o con la estabilidad presupuestaria. Si eso ocurre, antes de traicionar a su proyecto disolverá las Cortes y convocará de nuevo elecciones. «No pido un cheque en blanco, no pido la luna, pido un Gobierno previsible».
Rajoy marcó con más contundencia su posición, para qué pide la confianza de la Cámara y los límites de su disposición a ceder. El líder popular es consciente de su debilidad, pero sabe que sus adversarios no están mejor y que también necesitan una tregua. Ni a Ciudadanos ni al PSOE, de quienes seguirá dependiendo la gobernabilidad con independencia de que Rajoy busque apoyos variables para sacar adelante sus proyectos, les interesan unas nuevas elecciones.
Así que ayer fue el momento en el que el presidente del PP plantó cara a la tentación de utilizar esta Legislatura como un ensayo de unas nuevas elecciones. El portavoz socialista, Antonio Hernando, intentó otra vez camuflar su incoherencia personal y la incoherencia del discurso en el que cuanto más subraya el «no es no» más absurda convierte la decisión de su partido de abstenerse después de diez meses de mantener el bloqueo. «Estudiaremos las reformas, pero tiene que convencernos», le dijo a Rajoy. Y la abstención es sólo para evitar otras elecciones, reiteró. Hernando hizo como que no escuchaba que Rajoy fue ayer más exigente que en días anteriores en su demanda de responsabilidad a Ciudadanos y a su partido. Pero los socialistas bastante tenían con cargar con el desgarro interno, con la presión en la calle también contra ellos y contra algunos de sus dirigentes más identificados con la abstención y con las duras críticas que les llegaron desde otras fuerzas parlamentarias. La sesión plenaria de ayer no fue incómoda para Rajoy, y sí imposible para el PSOE. Iglesias se mostró más contenido, el ruido lo tenía en la calle, y mucho más corrosivos fueron otros portavoces del Grupo Mixto, y, sobre todo, el portavoz de ERC, Gabriel Rufián. Rufián ha buscado su sitio con sus exageradas y destructivas intervenciones, y ayer la «bomba» la dirigió contra el PSOE. Hiriente, les fustigó, les golpeó, tanto que hizo revolverse en su escaño a más de un diputado socialista. De hecho, el portavoz reclamó con el Reglamento en la mano dar replica a las expresiones «de odio que faltan el respeto a mi partido». En lo que encontró el respaldo de una parte del Grupo Popular, que se levantó en solidaridad con él. Rufián no retiró sus palabras, sino que las ratificó: «A mí me daría vergüenza», le contestó a Hernando.
Ayer se sentaron las bases del inicio de una legislatura muy difícil, en la que el enfrentamiento entre los partidos de la izquierda va a complicarle mucho el trabajo a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, y puede tener severas consecuencias en la gobernabilidad. Todo depende de si la presión radical de Podemos tira del nuevo PSOE, o éste opta por desmarcarse de la formación morada y prefiere buscar la hegemonía de la oposición desde una actitud más constructiva y colaborando en asuntos de Estado como los compromisos de España con la estabilidad europea.
Hacia dónde se resuelva el dilema dependerá también de cómo deciden recomponer el distanciamiento con la militancia que les deja esta etapa.
Los diputados votaban el fin del bloqueo, y en el exterior del Congreso las calles más próximas eran bloqueadas por la movilización inspirada por la decisión de Podemos de volver a «calentar» la calle para acompañar el nacimiento del nuevo Gobierno. Y, casi tanto como eso, protestar por la abstención del PSOE en la elección de Rajoy. Un signo de cómo Pablo Iglesias espera seguir empujado a un PSOE abierto en canal. Entre los protestantes, algunos diputados de Unidos Podemos.
El debate que ayer acompañó a la última votación parlamentaria dejó pocas novedades en las formas y en el tono. Rajoy sí dio una vuelta de tuerca a su estrategia, y en su mensaje final, contando ya con su investidura, reforzó su exigencia de gobernabilidad, la demanda de responsabilidad a Ciudadanos y al PSOE. «El voto de hoy debe ser un compromiso de futuro». Después de semanas reteniendo a los suyos e imponiendo la ley del silencio para no interferir en el debate del PSOE, Rajoy siguió atado a la bandera del diálogo, la cesión y el acuerdo, pero en la Cámara hizo sonar varias advertencias que ponen voz a algunos de los temores con los que el PP afronta la nueva etapa. No aceptará ser un presidente títere, al que no dejen gobernar, al que intenten tumbar sus reformas o al que pretendan obligarle a incumplir sus compromisos con Europa o con la estabilidad presupuestaria. Si eso ocurre, antes de traicionar a su proyecto disolverá las Cortes y convocará de nuevo elecciones. «No pido un cheque en blanco, no pido la luna, pido un Gobierno previsible».
Rajoy marcó con más contundencia su posición, para qué pide la confianza de la Cámara y los límites de su disposición a ceder. El líder popular es consciente de su debilidad, pero sabe que sus adversarios no están mejor y que también necesitan una tregua. Ni a Ciudadanos ni al PSOE, de quienes seguirá dependiendo la gobernabilidad con independencia de que Rajoy busque apoyos variables para sacar adelante sus proyectos, les interesan unas nuevas elecciones.
Así que ayer fue el momento en el que el presidente del PP plantó cara a la tentación de utilizar esta Legislatura como un ensayo de unas nuevas elecciones. El portavoz socialista, Antonio Hernando, intentó otra vez camuflar su incoherencia personal y la incoherencia del discurso en el que cuanto más subraya el «no es no» más absurda convierte la decisión de su partido de abstenerse después de diez meses de mantener el bloqueo. «Estudiaremos las reformas, pero tiene que convencernos», le dijo a Rajoy. Y la abstención es sólo para evitar otras elecciones, reiteró. Hernando hizo como que no escuchaba que Rajoy fue ayer más exigente que en días anteriores en su demanda de responsabilidad a Ciudadanos y a su partido. Pero los socialistas bastante tenían con cargar con el desgarro interno, con la presión en la calle también contra ellos y contra algunos de sus dirigentes más identificados con la abstención y con las duras críticas que les llegaron desde otras fuerzas parlamentarias. La sesión plenaria de ayer no fue incómoda para Rajoy, y sí imposible para el PSOE. Iglesias se mostró más contenido, el ruido lo tenía en la calle, y mucho más corrosivos fueron otros portavoces del Grupo Mixto, y, sobre todo, el portavoz de ERC, Gabriel Rufián. Rufián ha buscado su sitio con sus exageradas y destructivas intervenciones, y ayer la «bomba» la dirigió contra el PSOE. Hiriente, les fustigó, les golpeó, tanto que hizo revolverse en su escaño a más de un diputado socialista. De hecho, el portavoz reclamó con el Reglamento en la mano dar replica a las expresiones «de odio que faltan el respeto a mi partido». En lo que encontró el respaldo de una parte del Grupo Popular, que se levantó en solidaridad con él. Rufián no retiró sus palabras, sino que las ratificó: «A mí me daría vergüenza», le contestó a Hernando.
Ayer se sentaron las bases del inicio de una legislatura muy difícil, en la que el enfrentamiento entre los partidos de la izquierda va a complicarle mucho el trabajo a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, y puede tener severas consecuencias en la gobernabilidad. Todo depende de si la presión radical de Podemos tira del nuevo PSOE, o éste opta por desmarcarse de la formación morada y prefiere buscar la hegemonía de la oposición desde una actitud más constructiva y colaborando en asuntos de Estado como los compromisos de España con la estabilidad europea.
Hacia dónde se resuelva el dilema dependerá también de cómo deciden recomponer el distanciamiento con la militancia que les deja esta etapa.